Retrato de un joven negro
En 2000, el doctor Marcel Chatillon, que había ejercido su profesión como cirujano en Guayana y en Guadalupe, legó una parte importante de su colección, recopilada en las Antillas, al Museo de Aquitania. De este fondo, destaca el “retrato de un joven negro”, una obra mayor, cuyo carácter misterioso no deja de interrogarnos, reforzado por su anonimato.
El estilo de la pintura como por otro lado el marco que ha sido conservado evoca la escuela holandesa. Ciertos comentaristas han apreciado que había podido ser llevada a Guadalupe por holandeses expulsados del Brasil por los portugueses, hecho que dataría a la pintura de mediados del siglo XVII. Pero los historiadores de arte se inclinan más bien por la segunda mitad del siglo XVIII.
Resulta también sorprendente el tema de la obra. Des del siglo XVI, se empiezan a representar pinturas de “negritos”. En concreto, conocemos el paje representado por Titien en 1523, en el retrato de Laura di Dianti. Pero hasta el siglo XVIII, los “negritos” se representan solos en casos muy excepcionales. En general, están asociados a la gran señora a la que sirven. Y si se representan solos, el collar de esclavo que llevan no deja ninguna duda sobre su situación. Por tanto, este parece escapar de cualquier norma conocida. Es por ello que se ha querido ver en él a un “marron” (esclavo fugitivo). Este término designa a los esclavos que se escaparon de las plantaciones e intentaron crear comunidades libres en territorios poco hospitalarios. Proviene del español cimarrón que a su vez sería extraído de la lengua arawak (Antillas precolombinas) y designaba a un animal doméstico reconvertido en salvaje. Según el código negro decretado por Colbert en 1685, un esclavo que se escapaba por primera vez era castigado con la mutilación de una oreja; la segunda vez, de la corva de la pierna, y la tercera vez, era asesinado. Si en las islas, los Marrones eran atrapados fácilmente; en los vastos territorios de Brasil, Surinam o de Guayana conseguían crear verdaderas sociedades que aún subsisten en la actualidad como es el caso de los Bonis en Guayana, de los Djukas en el valle del Alto Maroni (que adopta precisamente su nombre de “marrons”).
En la actualidad, se piensa más bien que este joven negro era el hijo de un plantador. A veces, estos tenían a menudo hijos con sus esclavas. Si el matrimonio era legítimo, el hijo tenía el estatus del padre y pertenecía a la categoría de “libres de color”, lo que explicaría que su padre haya podido solicitar su retrato a un artista.